Wednesday, August 18, 2010

El Plato del Manierista


El Duque miró el plato que el Manierista había depositado casi con ternura en su mesa, y pensó en la leve barriguilla que estaba echando; se sonrió de medio lado, para ocultar los dientes de conejo a las miradas anonimonas que seguro lo rodeaban. El plato se veía apetitoso, y el Manierista afirmaba haberlo hecho expresamente para él; era muy difícil no creer en la candidez del Manierista, que sólo cocinaba como un furibundo; pero también era muy difícil creer en la candidez de Usnavi, que lo había sobrevivido todo, incluso a aquel pasado en que él la conociera con otro nombre. Al fin y al cabo, por más enamorado que estuviera, el cocinero no era libre de andar regalando sus creaciones así como así; la reina lo reclamaba como exclusivo suyo, así que aquel manjar había de tener un significado especial, un mensaje de la reina.

Grandes acontecimientos sacudían al Ducado, desde que el Obispo amenazara con declarar el cisma; y no es que el Duque fuera muy religioso, pero sí tenía tacto político, y sabía de la inestabilidad que amenazaba a la isla. Recientemente se habían corrido rumores sobre una posible resurrección de Inga la Vikinga, y era poco probable que se debiera a las manipulaciones del Obispo; bien podía tratarse de un milagro orquestado por la reina, para asegurar su hegemonía en el favor popular por sobre el Obispo. Se decía que la reina recibía unas pastillitas azules de contrabando, que realizaban milagros y que bien podían ser la causa de esa resurrección de la Inga muerta; sería una jugada maestra, con ganancia doble, pues Inga era también la obsesión del Troll que amenazaba la paz de Nuevo Songo, que siempre quiso comérsela toda. "¡A mí la Inga!" decían que gritaba el Troll cuando algo le salía mal, y también que solía jurar fervorosamente "por mi Inga".

¿En medio de todo eso, qué significaba este plato aún humeante que le presentaba el cocinero real —unas cerecillas picadas a la mitad nadaban en un caldo oscuro y rojizo que olía a Borgoña con una especie de layer acanelado, rodeando junto a lo que parecía cilantro muy picado una especie de lomo, jugoso en extremo—?; era difícil saberlo, muy difícil, extremadamente difícil, tan difícil como fuerte era la tentación de aquel caldo. Pero también él estaba resguardado por la luz de un secreto ancestral —sólo lo conocen las mujeres, pero la Sra. Duquesa es una mujer, ¡y qué mujer!— y podía atreverse a probarlo, él conocía la verdad múltiple y cambiante de El Códice Thamacún.

1 comment:

  1. La historia se está poniendo de Inga, queridos amiguitos!

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