Abrumado por el inusitado
poder que le otorgaba aquel simple interruptor eléctrico, el Bibliotecario se
encaminó al Archivo Real de Nuevo Songo; quizás allí, entre los viejos
manuscritos del reino, encontraría la respuesta sobre qué hacer. El problema —recordaba—
no era el acto mismo de volver a la vida a Nuevo Songo; Nuevo Songo era eterno —relativamente,
claro— como él mismo, y poco importaba en qué estado lo era, porque su
importancia era la misma. El problema —concluía— era si aquel gesto displicente
de volverlo a la vida valía la pena… sin aquellos ojos azules del General
Victoreto; porque quizás Victoreto resurgiera de alguna de aquellas neveras que
poblaban los sótanos del reino, ¿pero… sería el mismo, no estarían sus ojos
velados por las cataratas y el astigmatismo?
Así cavilando llegó al
imponente edificio de los Archivos, majestuoso a pesar de la desolación, y
encontró el depósito de los manuscritos antiguos; pero todo le era conocido y
poco esclarecedor, claves para el código rosa, apotegmas de los gimnosofistas y
la leyenda deleznable de Madlove, el bandido devenido pintor de las cortes.
Pero fue junto a una de las historias sobre maléfico Madlove que se topó con un
rollo que se refería al Duque; y la proximidad de los mismos no lo sorprendió,
pues era parte de la leyenda que la ruina del Duque se debía a la influencia
del bandido, pero le dio nostalgias el revolver los recuerdos; porque aquella
figura, todavía mítica, había detentado la admiración pública antes de hundirse
en la más humillante ignominia.
El Duque había sido el
líder de un paraje de ensueño, ilustrativamente conocido como La Playa por ser
un lugar en el que todo se subordinaba al placer; y fue tanto el prestigio y la
prosperidad de que gozó, que la reina de Nuevo Songo le otorgó un ducado en su
propia comarca. Pero el Duque andaba en tratos con el pérfido Madlove, que
seducía a los incautos halagándoles la vanidad con la promesa de un retrato; y
la primera señal de deterioro se vio cuando el Duque comenzó a renegar del
placentero nombre de su comarca, tratando de cambiarlo por uno más serio, como
si se tratara de una corbata. Llegó al punto de cerrar el predio, y sólo una
revuelta popular le hizo reabrirlo; sin embargo, más adelante volvió a cerrar
el coto, el tiempo que se mudaba a un nuevo reducto con el rimbombante nombre
de un club; al que de hecho pensaba atraer a sus antiguos colaboradores, pero
esta vez como súbditos. Sólo consiguió la adulación de algunos aventureros,
como el mismo Madlove y un líder juvenil que se había alzado con el premio a la
frase trascendente; y a esas alturas, la verdad es que hasta el mismo Madlove
se limitaba a alguna que otra adulación vigilante, como un súcubo del Maligno
que era.
El Bibliotecario puso a
un lado el manuscrito con una mueca de asco, pues ya la nostalgia revivía las
angustias de aquellos enfrentamientos; y comprendió que por allí no llegaría a
ninguna parte, e incluso era probable que la mejor opción fuera dejar a Nuevo
Songo en su hibernación. Igual —volvió a recordar—, Nuevo Songo ya existía, el
hecho era irreversible y eterno; con eso era quizás suficiente, incluso si él
continuaba su propia existencia en solitario, que al fin y al cabo era un monje…
…fue ahí cuando se le
apareció la figura venerada de Santa Elvira de Nuevo Songo.
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