Monday, September 12, 2011

Cábalas II

La imagen de la hacedora de máscaras regresó a la mente del bibliotecario, de algún modo era Alice on the wonderland; no era para menos, la artesana no tenia ni idea de la gran trama de la que era sólo un eje. Su ingreso en la cofradía de las lilíticas tenía los visos de cierta ingenuidad conspiradora, sólo que el libro de las Lilíticas existía; y eso ya era otro asunto, porque hablaba de un protocolo que había que cumplir, y que de algún modo incluía a los treinta y dos perfectos, que sostienen el engranaje del mundo. Justo en el primer canto de las Lilíticas se hablaba de la gran difamación, con la que todos acusaban a Lilit; pero el poema era un canto en el que ella hablaba en su descargo, y que algunas tradiciones le atribuían a ella misma. El libro parecía hecho en los mismísimos talleres de Gütenberg, en su portada una mano sostenía una gran moneda de oro; y se dirá lo que se quiera, pero esa era otra referencia a los arcanos menores, y hablaba de triunfo. Luego, Lilit no se había dado por vencida, y el hecho de que aquella carta pareciera una culminación prevenía del mensaje en las otras; ya estaban develados los de la espada y la copa, aunque este aun debía concretarse, y faltaba el del basto, que era la lucha benéfica.


La difamación acusaba a Lilit de convertirse en un demonio de la lujuria, en un súcubo; como si una criatura hecha de barro, como Adam, pudiera convertirse en un demonio. Fue entonces el temor de Adam lo que le llevó al intento de someterla, con aquella ridícula posición en el sexo; !Siempre es el sexo! –divagó–, si hasta Freud lo que hizo fue plagiar a los dioses tibetanos, para los que el mundo es su propia cópula; el sexo, tan simple y tan a mano, tan poderoso y venido a menos. La condena de Lilit fue funesta, devastadora, pero su persistencia avisaba de su búsqueda de una reivindicación; la mentira no puede permanecer, no tiene consistencia, y esa copa del placer —usurpada por los del Club— indicaba que se trataba de compasión y conocimiento profundo. De ahí que el poder real del placer permaneciera siempre en las mujeres libres, difamadas como Lilit; era lógico, las mujeres libres eran de su casta, y todas llamadas al sacerdocio liberador del sexo desinhibido. Eso también explicaba la desconfianza de las hijas de Eva respecto a los afeminados, que serían devotos de Lilit; porque con ellos, ella amenazaba la estabilidad urdida con artimañas, y resquebrajaba la falsa paz de los sometimientos. Si los treinta y dos perfectos vigilan el universo y habían permitido esa persistencia de Lilit, esa era entonces la respuesta; habría que esperar los acontecimientos —se regocijó—, porque ningún evento termina antes de su vencimiento.

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