El alfabeto es el mundo y en sus elementos están los del mundo, permútalos incansablemente; por tus dedos discurrirá el nombre que buscas, pero no lo sabrás, si lo supieras te mataría el espanto. La grave sentencia era del sibarita enloquecido que se había metido ermitaño, y retumbaba en el aburrimiento del bibliotecario; sea —se dijo—, hagamos cábalas, ¿qué importa que no se vea el resultado, si igual existe?. Fue en ese instante que comprendió el misterio, que el caos no existe; todo derrumbe es la construcción de otro orden, en otras dimensiones incluso. La profundidad del concepto, como el espanto de que hablara el sibarita, lo sobrecogió; porque ahora todo tenía sentido, la reina, Inga, Victoreto, el Manierista y el Periodista, todos pervivían; él era el que estaba fuera, pero actuando como otra determinación de aquel orden nuevo en el que no cabía, por eso podía verlo.
Tenía que haber sido así, como si sin darse cuenta todos hubieran susurrado a coro el Nombre; y la resurrección de Inga había sido el chasquido de dedos con que la reina daba comienzo a otro mundo. ¿Acaso su genealogía no era espiral, como Fi?; de ahí su intervención en los sucesos definitorios alrededor del Códice, cuando viajó en misión secreta a Patrmos. La imprudencia del Periodista había expuesto el secreto del mundo, por eso había ocurrido el fin; y de ahí los cataclismos, que acabaron con toda la era imaginaria del Hedonismo Thamacunés, y que lo habían sumido en cierta melancolía. El canto de extraño pajarillo llamó su atención desconcentrándolo, como otra señal que confirmara sus pensamientos; llenó sus pulmones con el aire marino de Alejandría, y se dirigió al antiguo Instituto de Cine Thamacunés, porque una buena epopeya es lo que hacía falta.
Sunday, August 14, 2011
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