Monday, August 30, 2010

Azul

Era inevitable, pero él no lo sabía, y por eso arrastraba el recuerdo del color con su andar lento y abstraído; y el color simplemente se le aferró a los pies, le fue subiendo poco a poco por las piernas hasta llegar al centro del cráneo. Después de haberse vuelto completamente azul siguió caminando, y no es que no se hubiera dado cuenta; de hecho ya era consciente del peligro total que corría, de que aquel recuerdo no se contentaría con envolverlo. Es que el amaba el peligro, o ni tan eso sino el vértigo que le provocaba su cercanía; "el peligro —había reflexionado alguna vez— es como un abismo, que se abre a tus pies y te pone maripositas en el estómago". Así, siguiendo el curso de su metáfora él se había lanzado al abismo, y se había aferrado al acero de aquel color; le sangraban las manos, pero él no lo soltaba, porque sabía que su destino no era morir sino agonizar.

Fue así, perdido en esas divagaciones, que no supo el momento en que ocurrió la transformación; porque después haberse vuelto completamente azul, se fue desintegrando en extraños caracteres que se reordenaban en una suerte de código, un código azul. Luego aún, el código se fue haciendo como líquido, luego vaporoso como una nubecilla de ribetes dorados; y el General sencillamente recogió su mirada, que había absorbido todo aquel color, y volvió más duro aún el acero de sus ojos. ¿Desaparecido el Bibliotecario, tan simple había sido el conflicto de aquella provincia?; ¿o sería que el Códice continuaba en otra dimensión, secreta, privada, muy íntima, como metafísica?. Nadie podría decirlo, nadie podría decir nada, porque aquel era un pasaje del Gran Libro; era, no había dudas, más peligroso que nunca, El Códice Thamacún!

Thursday, August 26, 2010

El Bibliotecario XV

Cantares

El Bibliotecario tomó su arpa, y aunque consciente del ridículo que hacía le extrajo unas notas desafinadas; era cierto que él no era David, pero igual la amistad dejaba huellas profundas en su alma, como a aquel lo había herido Jonatán. Todo ocurría por dentro, donde se había detenido el tiempo; ya habían transcurrido dos de aquellas jornadas en que se pasan las páginas de los libros secretos, pero sólo él las había leído. ¿Sólo él?, no podía estar seguro de eso, pero la vida le era el susto de no saber; por eso repasaba y repasaba en su interior aquellos dos últimos capítulos no revelados, y se preguntaba qué pasaría.

Era muy peligroso aquello de ponerse a leer libros misteriosos y vivos, porque se vivía presa de ellos; por eso se había dejado llevar por la melancolía y se sumía en el mismo mutismo del que antes había acusado al Duque de Vindobona. No tenía respuestas, o peor, las respuesta se las reservaba Dios; por eso, ante toda interrogante sabía que sólo podía responder un cantar de Sión; pero estaba en tierra extranjera, fuera de la esa amistad de Dios que le sería una respuesta, y cómo cantar un cantar de Sión en tierra extranjera?

Tuesday, August 24, 2010

El Bibliotecario XII

El silencio esplendoroso del Duque de Vindobona

El Duque era un personaje muy popular, eso era sabido; después de todo, Nuevo Songo se enclavaba en Playa Hedónica, una suerte de carnaval del que el Duque era rey Momo. Sin embargo, la historia se repetía y se repetía, se hacía interminable; era por eso que el Bibliotecario repasaba de memoria —¡cuánto poder!— los sucesos de Fantasia, tratando de encontrar la clave definitiva. El Duque, al que él mismo había rebautizado como el Parsimonioso, persistía en su mutismo; era probable que su confianza estuviera en aquella dignidad, que era como la belleza de Men... [ujún] Leididí, y por eso podía sostener el reducto. Pero había más, porque el peligro real podía estar en ese problema de la Fe; es decir, que Playa Hedónica fuera una fantasía sin mayor consistencia, y terminara diluyéndose como la Castalia de Hesse.

El nombre Castalia fue lo que aclaró las dudas del Bibliotecario, que decidió dejar en paz al Duque con su mutismo; después de todo, el peligro de Castalia fue que Knecht se la tomaron en serio y la defendieron como a institución. No era ese el caso de Playa Hedónica, que si se hubiese hecho continuación de lo real habría perdido sentido; por eso la historia debía ser interminable, Inga debía morir y revivir continuamente, y él debía retornar a los mensajes cifrados del Obispo dejándose de tanto lío. Se preparaban grandes acontecimientos, el Periodista regresaba con Inga que respingaba de nuevo; quizás trajera la verdad definitiva del Códice, pero el Códice es el libro eterno que todo lo relata. ¿Qué pasaría en Nuevo Songo con el regreso del Periodista?, él no lo sabía; por eso se aprestó a responder al mensaje del Obispo y comenzó a doblar el papel para hacer el juguete con que lo enviaría.

Sunday, August 22, 2010

El Bibliotecario XI


Versus Necius

El Bibliotecario se complicaba en cábalas, pero eso era inevitable, estaba en su naturaleza; él era consciente de ser una persona compleja, y lo que es peor, le gustaba serlo hasta el punto de la casi fascinación. De ahí que eventualmente se diera a encarnar personajes que le hubieran impresionado mucho en sus lecturas, una suerte de médium que comercia con fantasmas; como en este caso, en que fascinado con el Ignatius de La conjura de los necios sentenciaba que los problemas del mundo se debían a que no aplicaban la matemática y la teología. Era natural, la matemática como el misterioso número Fi que da la estructura de las cosas; la teología como la indeterminación Pi, el espíritu que guiaba y daba sentido a aquella estructura, conduciéndola a una apoteosis; y si se lograba establecer la relación entre ambas constantes, que podía ser el otro irracional E, entonces todo se aclararía. Sólo que eso no había ocurrido aún, y la vida seguía siendo misteriosa, problemática, sobre todo incomprensible; por eso había tipos como él, que se aplicaban en extrañas cábalas de dudosa utilidad más allá de su belleza. Pero la Belleza, como verdadera y necesaria [Fi], era la máxima aproximación [Pi] posible a la verdad [E]; que era por lo que todo se reducía a la Mecánica, que algunos conocían como Dialéctica.

Ese era el caso del misterio de Thamacún —pensaba el Bibliotecario—, que funcionaba como un reflejo de lo real y lograba descifrarlo; donde todo encajaba, desde la maternidad iniciática [sexual] de la reina Leididí, como la Vida misma obsesionando al Manierista con su trascendencia. Bien, Leididí estaba bien, como casi todos los otros, fungían en su calidad simbólica; ¿pero y el Duque, que a su sobrenombre de el Digno sobreponía aún el de el Parsimonioso?. Grandes misterios, más atractivos para la mente del Bibliotecario que las pretensiones de un Obispo cismático; el separatismo de Vindobona no encontraba espacio en su mente por ahora, tendría que esperar a que desentrañara aquella otra incógnita que era el Duque de Vindobona.

Wednesday, August 18, 2010

Mensajes cifrados en Vindobona


"Si tan sólo regresara el periodista —pensaba el Duque—, entonces tendríamos un héroe frente al Obispo"; y no es que el temiera al religioso, sino que su sabiduría política le aconsejaba mantenerse al margen de lo que a todas luces era un nuevo conflicto blogal. La verdad es que frente a la extraña e impredecible naturaleza del Obispo no podría ni Inga, aparte de que lo de su resurrección eran todavía rumores; y el prestigio del Duque residía en su parsimonia, inconmovible frente a las más duras provocaciones. El único enfrentamiento que se le conocía era la legendaria Batalla de las Décimas, en la que se vio envuelto pese a su voluntad pacifista; y aún entonces su victoria había consistido en una estrategia de retirada, que le había valido el sobrenombre de El Digno. Sufrió una segunda encerrona en una apartada finca, en la que acostumbraban vacacionar los intelectuales; era un reconocido centro turístico, regentado por un escritor que gustaba lucir su retórica confusa y oscura en áridos soliloquios; y a a donde lo atrajo con la promesa de algún debate, pero donde también se emboscaba el Troll que amenazaba la paz del reducto con sus provocaciones, y que también había desatado aquella otra conflagración de las Décimas.

En eso estaba cuando una bandada blanca cruzando el cielo de Vindobona llamó su atención, parecían las palomas de la reina; sólo que no venían de los palomares reales de Nuevo Songo sino del episcopado de Vindobona, y parecían volar a West Havana. Vino a su mente el nombre de Anonimón III, misteriosamente diluido en la personalidad de un Bibliotecario nacionalista; entonces lo comprendió todo, no eran las palomas reales, ni siquiera eran palomas sino aquellos juguetes de papel que los niños gustaban de soltar al viento. Estaba claro que el Obispo pretendía comunicarse con el Bibliotecario de Alejandría, y que la amenaza se cernía sobre Vindobona; y aún no regresaba el periodista, "total —volvía a pensar el Duque—, tanto viajar tras un secreto que podía haberle enseñado la misma Inga". Fue en ese momento que recuperó la calma, pues si bien era cierto que Inga había muerto para que no transmitiera el secreto, su resurrección brindaba nuevas esperanzas; sólo hacía falta que regresara el periodista, y también era cierto que la reina había partido tras sus pasos en una misión secreta, a encontrarlo en Patmos. Todo encajaba, aunque no pareciera menos arduo; habría que confiar en la luz, y también en aquella extraña fortaleza con que la reina alimentaba el reducto, su belleza; que fuera alimentada por el Manierista le aclaró las dudas sobre aquel plato que recién degustara, Ella le brindaba esperanzas, sólo le pedía que confiara.

El Plato del Manierista


El Duque miró el plato que el Manierista había depositado casi con ternura en su mesa, y pensó en la leve barriguilla que estaba echando; se sonrió de medio lado, para ocultar los dientes de conejo a las miradas anonimonas que seguro lo rodeaban. El plato se veía apetitoso, y el Manierista afirmaba haberlo hecho expresamente para él; era muy difícil no creer en la candidez del Manierista, que sólo cocinaba como un furibundo; pero también era muy difícil creer en la candidez de Usnavi, que lo había sobrevivido todo, incluso a aquel pasado en que él la conociera con otro nombre. Al fin y al cabo, por más enamorado que estuviera, el cocinero no era libre de andar regalando sus creaciones así como así; la reina lo reclamaba como exclusivo suyo, así que aquel manjar había de tener un significado especial, un mensaje de la reina.

Grandes acontecimientos sacudían al Ducado, desde que el Obispo amenazara con declarar el cisma; y no es que el Duque fuera muy religioso, pero sí tenía tacto político, y sabía de la inestabilidad que amenazaba a la isla. Recientemente se habían corrido rumores sobre una posible resurrección de Inga la Vikinga, y era poco probable que se debiera a las manipulaciones del Obispo; bien podía tratarse de un milagro orquestado por la reina, para asegurar su hegemonía en el favor popular por sobre el Obispo. Se decía que la reina recibía unas pastillitas azules de contrabando, que realizaban milagros y que bien podían ser la causa de esa resurrección de la Inga muerta; sería una jugada maestra, con ganancia doble, pues Inga era también la obsesión del Troll que amenazaba la paz de Nuevo Songo, que siempre quiso comérsela toda. "¡A mí la Inga!" decían que gritaba el Troll cuando algo le salía mal, y también que solía jurar fervorosamente "por mi Inga".

¿En medio de todo eso, qué significaba este plato aún humeante que le presentaba el cocinero real —unas cerecillas picadas a la mitad nadaban en un caldo oscuro y rojizo que olía a Borgoña con una especie de layer acanelado, rodeando junto a lo que parecía cilantro muy picado una especie de lomo, jugoso en extremo—?; era difícil saberlo, muy difícil, extremadamente difícil, tan difícil como fuerte era la tentación de aquel caldo. Pero también él estaba resguardado por la luz de un secreto ancestral —sólo lo conocen las mujeres, pero la Sra. Duquesa es una mujer, ¡y qué mujer!— y podía atreverse a probarlo, él conocía la verdad múltiple y cambiante de El Códice Thamacún.

Sunday, August 15, 2010

El Bibliotecario X

El Bibliotecario no sabía qué hacer, si reír o llorar; pero de algo sí estaba seguro, y es que era feliz. Había logrado descifrar el mensaje del Obispo de Vindobona, en Nuevo Songo del Norte; que había sido especialmente trabajoso, porque no venía redactado en el Código Rosa, del que era experto; sino que estaba en el Código Verde del espionaje vaticano, del que no había recibido instrucción. Pero al fin, porque todo esfuerzo verdadero se corona con el éxito, lo había logrado; y en el mensaje, el Obispo le hablaba de concretar la secesión de Vindobona, aunque dudaba de la voluntad del Duque; lo que no importaba, porque ya el religioso tenía el plan perfecto, que seguro contaría con la complicidad de Roma.

La Iglesia Novosongolesa, al igual que la Inglesa —¡la madre del que diga que la Usnavi es una copiona de la Isabelita!— es encabezada por la soberana, Leididí Usnavi Burundanga I; cuya autoridad el Obispo planea desconocer, acusándola de anonifagia, dando curso a los rumores sobre su canibalismo. Eso es, a todas luces, una infamia atroz, surgida con la leyenda del Filete Vindobona; pero uno de los espías-consejeros del Obispo es el Troll de Playa Hedónica, cuya máxima reza "Miente, que algo queda, y el fin justifica los medios".

Si el Obispo lograba la separación religiosa del Ducado, el poder de Nuevo Songo sobre West Havana quedaría debilitado por su fracción interna; peor aún, a su regreso con la Verdad del Códice, el periodista tendría que volver a enfrentar el poder del Troll, inmenso tras acabar con la felicidad del reducto. El bibliotecario podía imaginar al Obispo frotándose las manos con su maquiavélico plan, mientras soltaba su ligero juguete volador al viento; y también podía imaginarse la frustración del periodista, que habiendo descubierto que el misterio del Códice era él mismo, tendría que enfrentar la perfidia del Troll en otro encuentro todavía.