Tuesday, July 20, 2010

El Bibliotecario IX

El Bibliotecario, cansado, se sentó sobre una gran piedra plana que encontró; la ciudad no era la misma, el mar [el mal] la había barrido, y ahora lucía algo desolada. Pensó en el Manierista, en los diálogos que acostumbraban a tener en la juventud; no lo extrañaba a él, se extrañaba de su repentino anexionismo, de esa nueva pasión suya que incluía alquimias para la reina. Más de una vez se había burlado pensando en aquella mole inmensa de la reina sobre la magritud de su cocinero; pero en esos mismos momentos, más hondo aún en su alma, recordaba que era lo que había preferido. El, en cambio, paseaba su fracaso sobre las sombras de la ciudad que había levantado; pero el otro descansaba en su esclavitud aparente, asegurada por aquellas cadenas que seguro le parecerían livianas.

Sacó el viejo recetario que había logrado retener cuando la reina secuestro a su amigo, y de entre sus páginas cayó un pedazo de papel gastado; era un fragmento del códice, el gran misterio que los traía a todos de cabeza, pero no importante, pues sólo reproducía una parte de la Biblia. Recordó las palabras misteriosas del Manierista, que entonces le habían parecido desdeñosas y soberbias; "no existe secreto en el Códice —había dicho el amigo—, la Verdad no se oculta; sucede que es tan leve como el éter, y como el éter lo permea todo, es por esa sutileza que no se la ve". El fragmento bíblico del Códice sólo citaba a San Pablo.

Wednesday, July 14, 2010

Armienne


Ella sonreía desde la oscuridad en que se había encerrado con su exhibicionismo, lo había logrado y merecía sentirse bien; incluso si quedaba pendiente la segunda parte, pero eso ya no estaba en sus manos, lo suyo lo había cumplido. Todos se perderían tras el misterio de Anakantra, pero la Encueratriz era ella, y ella era Anakantra; cómo era eso posible, de la misma manera en que las naturalezas se comunican trasvasando sus substancias. Pero había algo innegable, había que traducir los misterios a términos racionales; y la gente no puede lidiar con la verdad desnuda, por eso la visten y así pueden llevarse bien con ella. Qué importaba eso, al fin y al cabo se trataba de la verdad; y la verdad es que Anakantra era ella como ella era Anakantra, ambas eran sólo espejismos, y quien accediera a la una accedería a la otra.

Por eso había merecido el título de Encueratriz, que retenía el misterio de su persona real, y la otra podía ser el ideal de los hombres; total, la realidad con que lidiaban era ella, y ambas sólo existían en la voluntad de la soberana, que las admitía dadivosa porque incluso ellas sólo eran la puerta a la amplitud de aquellas carnes alimentadas por el Manierista. La sola sospecha de que ella hubiera urdido las crónicas del Hecho, ya eso era grandioso; esa sospecha de grandeza, por la que podía conceder la libertad —más bien reconocerla— a través de un hombre, ya eso la hacía interesante. Porque si ella era la invención de él —o si no, la sospecha es lo que la condición de naturante de toda naturaleza—, entonces ella era su mejor obra, lo que lo sustanciaba; ella era así Idamanda, como mismo era Anakantra —¿no es que era sólo una naturaleza?—, y la búsqueda volvía a ser de lo que se oculta en lo que se manifiesta.

"¿Qué es un nombre?" preguntó una asombrada Julieta a un perdido Romeo; "el nombre correcto, que cristaliza la esencia de una unidad, descubre su objeto fundamental", eso respondió K. Stanislavsky. "Sólo que el objeto no es la cosa en sí sino su fin último", ese fue el apotegma del Manierista mientras vertía una nueva salsa sobre el próximo filete que serviría a la soberana de Nuevo Songo.

Monday, July 12, 2010

El problema del Vondobona-III

[La receta]

En efecto, el colesterol era la vida, porque permitía el flujo generacional; esa suerte de Elán torpemente interrumpido por las comidas orgánicas y el desarrollo de la industria farmacéutica. Nada mejor que morir en una buena digestión, sentenciaba dogmático el Manierista; y ese era el problema del Vindobona, que inauguraba una tradición de naturalidad en las más nobles familias de Nuevo Songo.

Primero, para hacer el Vindobona se requería de una tranquila transición desde los viejos métodos; cuando se hacía la carne en las formas tradicionales se le dejaba pegar al caldero, a eso se añadía cebolla muy picada más [censurado] y Jerez de la Frontera; luego se dejaba hervir un poco y se separaba, una y otra vez, una y otra vez. Eso era la base permanente de toda salsa, que se espesaba a gusto batiendo con [censurado]; y a eso es que se añadía una buena porción de pulpa de granadas, a la que no se hubiera retirado toda la semilla sino sólo parte. Entonces la carne se cocía con muy poco del jugo base de la salsa, pero lo importante era dejarla que se pegara; en ese punto en que la carne se dora es que se filetea, mientras se espesa la salsa y se le añaden las últimas especies.

A punto de servir se mezcla todo y se añaden las fresas en corte juliana, con la previsión de que no sean muy dulces; claro, esas cosas sólo se saben —sobre todo los por qué— cuando se entra a la secta, una de cuyas disciplinas es hacerse borracho empedernido. La razón de tan estrafalaria condición es afectar el paladar, de modo que rechace los ácidos tan caros a las comidas criollas; sólo así se abre la amplitud del paladar a la riqueza frutada de las salsas, dándole sentido hasta como layers en que se superponen diversos sabores.

El problema del Vindobona-II

Fue el grito extasiado de "El colesterol es la vida" lo que provocó un asalto al Palacio Real de Nuevo Songo; pues resulta que una francesa, turista pero apasionada de la comida criolla, lo escuchó. En ese momento, el neblinoso olor se desprendía luminiscente desde la mazmorra del Manierista; la turista, abundante ella y amargada por el recuerdo de una trifulca con la reina en una taberna, decidió que aquella fórmula tenía que ser suya. El asalto al palacio fue tipo comando, rápido y efectivo; pero al poco tiempo el Manierista era canjeado por un cargamento de masas de puerco y devuelto a la reina, aterrado no había sabido qué hacer con las rudimentarias salsas tradicionales. La francesa concluyó, algo cansada, que había ciertas sutiles diferencias que la separaban de la soberana de Nuevo Songo; sí —admitió—, el colesterol es la vida, pero unas vidas son más sofisticadas que otras. Nunca se enteraría de lo que él podía hacer con el pega'íto de aquellas masas, al que añadía cerveza o jerez según fuera a cocinar más tarde carnes magras o grasientas.

Del imperio de Leididí sobre el Manierista


Cuentan —pero no hay que creerlo todo— que cuando se corrieron los rumores del secuestro del Manierista hubo motín en Nuevo Songo; la gente, indignada, se arremolinó en la plazoleta del Palacio Real, reclamando la libertad del cocinero. Entonces ella, la reina salió en todo el esplendor de sus carnes y acalló el tumulto; el pueblo cegado comprendió en ese instante que si el Manierista estaba preso era por las únicas cadenas que nadie se quiere arrancar. Escépticos dicen que sólo se trataba de Luis Carbonell declamando Esa negra fuló en la televisión de la Isla Grande; pero en todo caso el efecto es el mismo, todos arrobados se postraron ante aquella inmensidad que rechazaba toda carestía con tan sólo su presencia.

Hay incluso leyendas sobre el coloniaje de Nuevo Songo sobre West Havana, que le habría impuesto un tributo de jóvenes albinos para el Manierista; y que algún sobrado hubo que se las dio de Teseo, pero que el pueblo lo rechazó con su sabiduría. "Nada mejor hay que un o una gobernante sexualmente satisfecho o satisfecha" había decretado el pueblo; y desde entonces se instituyó el Servicio Militar Voluntario en West Havana, que consistía en alimentar las otras ansias de la soberana de ultramar. Ese era un ideal con el que todos los jóvenes soñaban, y los padres orgullosos los aprestaban para esa dignidad de satisfacer a la soberana; subir esas montañas de sus senos, descender a ese lago adiposo de su vientre, sumergirse en sus adiposidades. Después de eso eran hombres, y todo gracias al Manierista, que les preparaba tan magníficas carnes; que es la afinidad en que comprendieron que él no estaba preso sino enamorado, como era además de lógico natural.

El problema del Vindobona-I


Está claro que el filete Vindobona es la felicidad, hasta el punto de que quien lo prueba pospone definitivamente toda búsqueda; pero toda búsqueda es eso, toda búsqueda, incluso la del Códice. Por eso, como toda felicidad es también un problema; y los equívocos gramáticos han querido hablar del Problema Vindobona en vez de El Problema del Vindobona. Es de ahí que provienen los rumores de separatismo que entusiasmaron al bibliotecario en sus afanes independentistas; pero nada más lejos de la verdad, porque la reina se encargó de secuestrar al Manierista, el Magíster Culinarii que creó el Filete Vindobona dedicado a la Sra. Duquesa. Desde entonces él pervive en una mazmorra de Nuevo Songo, rodeado de sus implementos de cocina; sólo puede cocinar para ella, la reina, que así se hace cada vez más abundosa. La única excepción fue aquel filete primero, que provocaría la ruptura de relaciones entre Nuevo Songo y la casta Albión.

Se cuenta que el Manierista es un andrógino, que mutiló sus partes femeninas para poder integrar la secta y llegar a Magíster Culinarii; pues ese oficio es exclusivo para varones desde que el culto fue traído a Nuevo Songo por un oscuro inmigrante griego, de raros y peligrosos vínculos órficos. Pero todo eso es pura leyenda, pues en verdad nadie ha visto al Manierista en Nuevo Songo; sólo en noches muy serenas, un olor en forma de niebla escapa de una apartada torre en el Palacio Real de Nuevo Songo. Es olor de especias maceradas con conjuros, y es el que alimenta las leyendas alrededor del Manierista; del que se cuentan otros horrores, como que en las noches de tormenta sale a cazar albinos púberes, que son los que maceran las especies con los pies y los cuerpos desnudos.

Se cuentan otras cosas terribles del Manierista, como cuando descubrió extasiado que el coleresterol era la vida; pero ese sería su secreto, la posibilidad de provocar una eutanasia lenta y feliz, natural, que agradecían todos los nietos del imperio.

El Filete Vindobona


Se suponía que era una historia secreta, pero nada es secreto para quien conozca el Códice; y ellas lo conocían, de ahí esa abundancia que las caracterizaba, hijas del placer. Fue leyendo ese fragmento que el Bibliotecario comprendió la animadversión histórica, no era política; era la receta del filete Vindobona, eso es lo que se ocultaba tras las trifulcas entre la soberana de Nuevo Songo e Isabelita la verdadera inglesa. Tampoco era para menos, se decía que las propiedades de aquel plato bien merecían una guerra global; podía imaginarse —él se imaginaba— aquella salsa de pulpa de granadas con semillas, en puro Jerez de la Frontera, y entonces comprendía al mito de los filtros mágicos. El filete podía ser, además, lo mismo Lomo de cerdo que cualquier corte vacuno con tal de que fuera tierno; tenía el secreto francés —las carnes se hacen sólo con sal y pimienta, el resto es salsa—, y justo antes de bajar del fuego se le añadían fresas en corte juliana.


La receta no se llamaba originalmente Vindobona, sino que simplemente se trataba de otro experimento culinario del Manierista; pero el olor de la carne cuando recibía aquel baño milagroso llegó al salón de la taberna, donde las abundosas lo olfatearon... y se armó, claro. Isabelita y Leididí se halaron de las tiaras tratando de entrar en la cocina, y las otras abundosas se arremolinaron tras ellas; sólo la sabiduría del Códice pudo iluminar al Manierista con una decisión salomónica en el último minuto, que calmó los ánimos aunque no los deseos, permeándolo todo de resentimiento. La solución fue ofrecer el filete a la duquesa de Vindobona, en gesto que la Usnavi agradeció; como el Ducado estaba en los predios de Nuevo Songo, ella podría probar el plato y escamotearlo a Isabelita, a la vez que lo declaraba exclusivo para la nobleza novosongolesa, por más que otras abundantes chillaran que les pertenecía enloquecidas por el colesterol.